domingo, 2 de mayo de 2010

Indestructibles

Al bajón del fin de semana anterior le siguió una sensación completamente distinta.

Después de tantas cosas malas que han pasado, entre las que cuento separaciones y pérdidas irreparables, esta semana ocurrieron cosas buenas.

Por no perder la costumbre, debo decir que la semana la pasé comentando licitaciones, muelles, y candidaturas electorales que comienzan a definirse.

Pero a esas historias debo añadir una caminata y 3 personas: D., G., y B.

Ellas están en la lista de personas a las que más quiero en el mundo, son mis hermanas del alma. D. es mi amiga desde que tengo memoria, somos amigas inseparables desde siempre. B. es también una amiga de toda la vida, la tengo presente en los recuerdos de mi época adolescente, tal vez un poco antes. Y G., ella apareció en mi vida capitalina en el mejor momento, cuando comenzaba esta etapa temerosa, incluso de mí, con mucha gente alrededor pero con pocas personas reales. En momentos distintos de la vida, estas tres presencias han sabido acompañarme y aconsejarme. Me han hecho reír, han guardado silencio para dejarme llorar, y me han abrazado siempre que ha sido necesario.

Por cruces del destino y la vida, he logrado reunir a estas tres amistades en una sola mesa y hemos formado un frente común: el nuestro.

Anoche, D., B., G., y yo fuimos al centro de Lima. Dimos algunas vueltas y nos sentamos en la barra de un bar. Tres pisco sours después, nos recuerdo a las cuatro marcando un mismo paso, caminando por el Jirón de la Unión, riendo, conversando, cantando, pero sobre todo riendo. Parecía que nada en el mundo podía detenernos. La gente que íbamos dejando atrás desaparecía al ritmo de nuestros pasos, y los que teníamos enfrente, parecían bailar al compás de nuestras risas. Formábamos un sólo bloque, fuerte, indestructible, imparable. Nada podía detenernos.

No sé si me explico. Lo que quiero decir es que sentí una fuerza tan real que venía de ellas y salía de mí. Me sentí tan segura, tan contenta, tan agradecida de saberlas allí. Porque están allí, siempre estarán allí para mí como yo para ellas.

Cuando volví a mi casa, apagué la luz, cerré la cortina y me dispuse a dormir. Cuando desperté el domingo, recordé la noche anterior y sonreí.

Hay cosas en la vida que no puedo explicar, pero tampoco necesito entenderlas. Me basta con saber que están, y sólo me queda desear con todas mis fuerzas que sea para siempre...